Cuarenta Noviembres llevo ya a mis espaldas.
Sumo cuatro décadas de estaciones, y cuarenta vueltas al sol.
He despertado catorce mil seiscientos días, y dormido casi las mismas noches.
Permaneciendo en el arraigo de la vida, durante trescientas cincuenta mil cuatrocientas horas, o veintiún millones de minutos.
Más de un billón de golpes en mi segundero.
Y aquí sigo, poniendo en hora mi reloj.
Mientras tanto, cuento los instantes de vida.
Repasando si lo sentido, lo he vivido del todo, o sólo a ratos.
Asimismo, también hago balance del camino recorrido.
De lo que me he encontrado, y de lo que este me ha regalado.
De todo lo que me he permitido aportar, y de lo que aún no me he podido liberar.
Contemplo cada capítulo desde la distancia.
Valorando si mi realidad, celebra esos cuarenta noviembres, o si sólo los tiñe de nostalgia.
Si los recrea cual película de acción, o como secuencias aisladas.
Si predomina el drama, o el thriller de ficción.
Aunque la comedia siempre gana.
Suspiro si miro atrás.
Me agito si pienso en cuarenta noviembres más.
Y descanso en paz, cuando me hago presente sobre el ruido del tictac.
Hoy levanto mi copa por esos cuarenta noviembres.
También por todo aquello que pasó y está pasando por mi vida.
Ya fueran ráfagas, tormentas o bálsamos.
Brindo por los que se fueron sin avisar, y por los que me avisaron de que se iban a marchar.
Por los que vinieron, y no esperaba.
Por los que esperaba, y no vinieron.
Celebro mis cuarenta noviembres de frío invierno.
Mis cuarenta primaveras de orgánica floración.
Las cuatro décadas de cálidos veranos.
Y me despido de todas y cada una de las hojas secas, que se sacrificaron durante estos cuarenta otoños, para mi inminente evolución.
Orgullosa de mis cuarenta noviembres,
de mi historia, y de mis memorias.
Orgullosa de mí,
y de lo que me quede por vivir.