La rama que te sostiene es cómoda y segura. Desconoces qué hay más allá de ella, pero no te atreves a ir más allá. Piensas que quizá el resto de ramas, puedan estar en peores condiciones que la tuya. Así que te aferras con todas tus fuerzas a ella.
Esto no te permite volar, ni explorar el resto del entorno. Tampoco fomenta que explotes todo tu potencial, ya que desde tu rama conocida, ya has hecho todo lo que podías hacer. La rama que te sostiene es aburrida, pero segura, o eso crees tú. Porque en realidad no sabes lo que es la seguridad, más allá de tu propia rama.
El vasto cielo duerme en tus sueños. Imaginas lo que sería volar a través de él, pero no te decides a desplegar tus alas. Te sigues conteniendo. Sigues esperando una señal clara, que te de la seguridad que necesitas para volar. Sin reconocer que esa señal, no es otra, mas que quieres volar y que puedes hacerlo. Es tu intención la que encierra esa señal.
Te cuento una historia:
Un rey había comprado cinco de los mejores halcones de todo el país. El vendedor le había prometido que eran capaces de hacer increíbles piruetas en el aire, e incluso de llevar mensajes de una ciudad a otra.
Desde el primer día las aves comenzaron a dar muestras de su capacidad de vuelo: cada vez volaban más alto, más rápido y de una forma más precisa, haciendo caso en todo momento a sus entrenadores. Pero había un halcón que se negaba a volar, permanecía parado en la misma rama desde el primer día, no había forma de moverlo.
-¡No lo entiendo! -se lamentaba el rey- Le damos la misma comida que a los demás, le ofrecemos el mismo trato, los mismos cuidados… y en cambio se niega a volar, ya no sé qué hacer.
Transcurridas ya varias semanas desde la llegada de los halcones, el rey anunció que ofrecería una recompensa a quien consiguiera hacer volar al animal.
Prácticamente todos los habitantes del reino lo intentaron de una forma u otra: le animaron con las mejores canciones, le recitaron poesía, le ofrecieron los más exquisitos manjares… Pero todo era inútil, nada parecía funcionar.
Uno de esos días en los que el rey permanecía junto al halcón animándole para que volara, una anciana pasó por allí y, al ver la situación, negó con la cabeza.
-Majestad, ha llegado a mis oídos el problema que tenéis con este halcón, pero así nunca lograréis que el animal vuele.
El rey se mostró curioso ante aquella mujer.
-¿Y qué deberíamos hacer entonces?.
-Quizá no hayáis comprendido que lo que le sucede a ese halcón es lo que le ocurre a la mayoría de las personas… -contestó la anciana.
-¿A la mayoría de las personas? No entiendo lo que quiere decir -respondió confuso el rey-. Pero si tanto sabe usted, ¿dígame cómo conseguir que vuele?.
-Está bien, primero tengo que hacer unas compras en el mercado, pero a la vuelta ese halcón volará.
Y mientras la anciana se alejaba hacia el mercado, el rey se quedó pensando que quizás aquella mujer simplemente le estaba tomando el pelo.
Pero a las dos horas, cuando el rey estaba contemplando desde su torre el vuelo de las otras aves, observó incrédulo que el halcón que nunca se había movido estaba también en el aire.
Miró hacia abajo, hacia el árbol donde el animal había permanecido tanto tiempo y vio a la anciana sonriendo. Bajó corriendo las escaleras para encontrarse con ella.
-¡Lo ha conseguido, lo ha conseguido! -gritó- ¡Lo ha conseguido! Pero… dígame, ¿dígame cómo lo ha hecho?
-En realidad no ha sido difícil, simplemente le he cortado la rama que lo sostenía.
Cuento extraído del Libro «Cuentos para quedarse en casa, de Eloy Moreno».
La rama que te sostiene, no te sostiene. La sostienes tú. Te aferras a ella, porque crees que tu vida depende de ello. Cuando en realidad, tu vida comienza cuando sueltas esa rama. Todo lo que de verdad te importa y todo aquello con lo que sueñas, no tiene cabida en esa rama. Sólo cuando te decidas a soltar la rama, podrás alzar el vuelo.
«En el momento en que dejas de pensar en lo que puede pasar, empiezas a disfrutar de lo que está pasando.»
El halcón necesitó que alguien le cortara la rama, para darse cuenta de ello. Siendo consciente, entonces, de que no era la rama, la que le sostenía, si no que era él, quién se estaba aferrando a ella.
Sin embargo, no siempre los demás pueden encargarse de cortar nuestras ramas. Tienes que ser tú mismo, el que tome la decisión. Soltar la rama que te sostiene implica vivir, porque la vida no consiste en permanecer siempre en el mismo lugar, así es como te pierdes la vida, sujetando la misma rama.
¿Y tú, qué rama sigues sosteniendo?