La vulnerabilidad no sabe ser deshonesta. Y yo me siento tremendamente honesta, cuando me reconozco en mi vulnerabilidad.
La palabra Vulnerable, proviene del latín, «vulnerabilis». Una palabra formada por «vulnus», que significa herida y el prefijo «abilis», que significa posibilidad. Es decir, que el adjetivo vulnerable, expresa la posibilidad de ser herido.
Expresa la posibilidad, la opción, la oportunidad. Pero es tan sólo eso, una probabilidad, y entre todas las posibilidades de sentirse herido, también existen todas las opciones, de hacer algo con ello.
¿Y qué, si soy vulnerable?
¿No habla eso también de mi?
Mi fortaleza también reside en poder mostrar esa fragilidad. Y no en esconderla por miedo a que me hieran.
Mi valentía despierta, cuando acepto mi debilidad. Cuando me rindo al ser, sabiendo que desde ahí, nada ni nadie puede hacerme daño.
Mis heridas comienzan a sanar, cuando asumo que a pesar de mi exoesqueleto, por dentro soy blandita y tierna.
Cuando me atreví a contar, una por una mis cicatrices, permitiéndome hablar de ellas, desplegué mi coraje y este me elevó hacia otro nivel.
¿Y qué más da si me siento vulnerable?
Si exhibo mis partes rotas y las comparto con el mundo.
Mis pedazos son también parte de este mundo. Trocitos de mi, que completan otros mundos.
Desnudo mi ego. Sus ropas, no me protegen, sólo me cubren. Y debajo de todos sus disfraces, me encuentro Yo.
La vulnerabilidad no sabe ser deshonesta, y yo me siento tremendamente honesta, cuando me reconozco en mi vulnerabilidad.
¿Y qué hay de malo entonces, en sentirse vulnerable?
La vulnerabilidad no sabe ser deshonesta, y es que mostrarse vulnerable, no tiene nada de malo, si no más bien, todo lo contrario. Es muy de humanos honestos, sentirse así. Y esconder las partes blandas, o protegerlas, no hará que desaparezca esa sensación. Toda sanación comienza en el momento en el que tomamos cartas en el asunto. Cuando nos hacemos responsables de lo que nos pasa.
Por tanto, cuando nos permitimos ser vulnerables y nos entregamos a la experiencia, aprendemos que esa vulnerabilidad también habla de nosotros y de nuestro carácter. Un carácter que se ha ido formando en base a nuestras experiencias de vida. Somos lo que somos, gracias a esas circunstancias.
Es normal querer vivir tranquilo y sin incidencias. Aunque ya sabemos que la vida, está llena de incidencias. Cuando una herida se abre, duele, sin embargo si no se abriera y no nos doliera, de vez en cuando, no aprenderíamos nada de nosotros mismos. Estamos aquí para aprender de la vida y trascender. Esas heridas que a veces nos lastiman tanto, expresan mucho más de nosotros que aquello que nos hace feliz. Y es que la auténtica felicidad, se alcanza aceptando también lo que nos lastima. Ya que si no lo reconocíesemos, no podríamos reparar las partes rotas. Reparar, pegar, cuidar, enlazar, unir, remendar. Son estos procesos los que de verdad nos enseñan.
Cuando se nos cae un jarrón al piso y se hace añicos, podemos hacer tres cosas. La primera de ellas, sería recoger esos pedazos, para volver a juntarlos. La segunda opción, sería barrerlos y atraparlos con el recogedor, para tirarlos a la basura. Y la tercera posibilidad sería, no recoger los pedazos y dejarlos en el suelo. Esto supone un riesgo, ya que si los dejamos en el suelo nos podremos cortar y hacer daño de nuevo.
Si tiramos a la basura, los pedazos, desaparecerá nuestro jarrón. Y puede que ese jarrón, tenga un significado especial para nosotros. En cambio si recogemos los pedazos y los pegamos de nuevo, ese jarrón, no volverá a ser el mismo. Aunque seguirá siendo nuestro jarrón. Seguirá luciendo hermoso, pese a sus cicatrices. Quizás, hasta más hermoso, y seguro que a raíz de ese percance, lo cuidemos más, o lo coloquemos en otro sitio, para protegerlo mejor. Si dejamos sus partes rotas esparcidas por ahí, puede que nos lastimemos sin darnos cuenta. Además que algunas de esas piezas se podrían perder, o esconder bajo el sofá.
¿Si tú fueras un jarrón y te rompieses, que te gustaría que hicieran contigo?
¿Esparcir tus partes rotas, pegarlas, o tirarlas a la basura?
¿Qué es lo que haces tú cuándo te rompes?
¿Recoger y pegar, barrer y tirar, o esparcir y dejar?
Porque todos podemos ser tan vulnerables como un jarrón. Caer y romperse, no es lo peor que nos puede pasar. Es lo que hacemos después de la caída, lo que habla de nosotros. Puede que esa caída nos duela y nos divida en partes, pero esas partes tienen mucho que contarte. Si te permites escucharlas, seguro que descubres cosas, que ni siquiera imaginabas que estuvieran ahí. Y esto es vivir la experiencia. No tires a la basura tus experiencias, no desaparezcas a la primera caída, aprende a caer y a cuidarte mejor. Se honesto contigo y con los demás. Aprende de ti y de tu vulnerabilidad.
La vulnerabilidad no sabe ser deshonesta. Y yo me siento tremendamente honesta cuando me reconozco en mi vulnerabilidad