Imagina que pensases que las mesas son malditas. Porque cuando eras pequeño, alguien te contó algo terrible a cerca de ellas. Fue un suceso que aún hoy, lo sigues recordando. Y durante toda tu vida, lo has ido justificando, a través de nuevas experiencias. Quien te contó la historia de las mesas malditas, fue una persona muy importante para ti, al que creías por encima de todo. Era tal tu confianza en él o ella, que no podías permitirte no tener Fe en su palabra. Así que compraste su historia, sin tan si quiera cuestionarla. 

Te hizo creer entonces, que las mesas eran objetos malignos que traían mala suerte. Asimismo, te advirtió que si hacías uso de ellas, te podías tú también contagiar de su maldad. Así que adaptaste toda tu vida, para no tener que hacer contacto con las temidas mesas malditas. Además, te diste cuenta, que el mundo estaba loco, porque estaba lleno de mesas por todas partes. Te encontrabas seguro y a salvo, en muy pocos sitios, ya que casi todos los lugares, tenían mesas malditas que te arrebataban la tranquilidad y atraían tu mala suerte.

Debido a esta creencia, tu vida no fue nada fácil. En tu niñez, tus padres tuvieron que deshacerse de todas las mesas de la casa, con todo lo que esto implicaba. Tampoco querías ir al colegio, ya que este estaba rodeado de mesas y pupitres. Así que cada día, luchabas con todas tus fuerzas, contra tus padres, para no tener que acudir al colegio. Algunos días, te salías con la tuya y conseguías convencerles de que te dejaran en casa. Pero no siempre era así, y cada vez que tenías que enfrentarte al cole y a las mesas malditas, no podías soportarlo. 

Si no conseguías convencer a tus padres, y finalmente tenías que ir al colegio en contra de tu voluntad, acababas todas las horas lectivas en el patio, al aire libre. Ya que era el único sitio en el que no había mesas o pupitres. Tu tutor y profesores ya estaban cansados de esta actitud tan atípica, y no tuvieron más remedio, que comunicárselo a tus padres,. Lo que causó que te cayera una gran reprimenda en casa. Te cambiaron tantas veces de colegio, que un buen día, se quedaron sin opciones, y tuvieron que optar por la educación a domicilio. 

Cuando tus padres y tus hermanos tenían alguna onomástica que celebrar, ya sabían que no podían contar contigo, si la celebración era fuera de casa. Puesto que era tal tu fobia a las mesas malditas, que preferías quedarte refugiado en tu habitación, por lo que pudiera pasar.

Conforme te hacías mayor, esa creencia se hizo cada vez más fuerte. Y con tan sólo ver una mesa en el televisor, en alguna revista, o a través de internet, provocaba que tu día se llenase de mala suerte.

Todos tus estudios, después del colegio, los llevaste a cabo, de manera telemática. Tus relaciones eran bastante limitadas, debido a que interactuabas con muy poca gente. Porque la gente seguía  adorando a las mesas, y tú las seguías viendo tremendamente malignas. Según tú, las mesas malditas eran las culpables de casi todos los males en el mundo, sólo que la gente, aún no se había dado cuenta de ello. Además que éstas, también tenían el poder de engañar y sugestionar a todo aquél que entrara en contacto con ellas, así que mejor, no acercarse a nadie que tuviera alguna relación con las mesas malditas.

También te costó bastante encontrar trabajo, ya que muchos de los empleos para los que te habías preparado, requerían que te sentases frente a una mesa, para desempeñar tu labor. Cosa a la que no estabas, en absoluto, dispuesto.

En realidad, tu vida se tornó muy complicada, debido a esta creencia inconsciente. La gente no solía comprender el porqué, de tu terca fobia a las mesas, y esto provocó que en más de una ocasión te tacharan de loco. Pero tú seguías creyendo firmemente en el poder maligno de las mesas malditas y los señalabas a ellos, como locos e inconscientes. 

¿Te parece loca e inconsciente esta creencia, o son los que no se la creen, los locos e inconscientes?

¿Quién hace loco a quién, la creencia al loco, o el loco a la creencia?

Quizás creas que a ti, nadie te podría convencer de que las mesas son malditas, y que jamás podrías adoptar una creencia tan absurda como esta, capaz de limitar tanto tu vida. Pero muchas veces, las creencias que adoptamos como verdades universales, no son tan evidentes, como para percatarnos de que están obstaculizando nuestra vida. Ya que existen creencias que ni si quiera sabemos que conviven entre nosotros, porque un buen día decidimos comprarlas, sin darnos cuenta.

Cómo aprendiste a caminar, a hablar, a leer, o a dibujar, de la misma manera, también aprendiste todas esas creencias que gobiernan tu vida. Y lo que estás viviendo hoy, es el resultado de muchos años de práctica y repetición. Lo has repetido tanto, que lo has convertido en automático. Todo lo bueno y lo menos bueno. Lo que te facilita la vida y lo que te limita dentro de ella.

Y es que la mayor parte de las veces, hay que desafiar a eso que llevamos creyendo desde siempre, para preguntarnos si es esa la auténtica realidad, o sólo una creencia más y muy limitante.

El protagonista de la historia, no se cuestionó en ningún momento su creencia de las mesas malditas, a pesar de que nadie de su entorno lo entendiera. Era su verdad y su realidad, y en base a ella, se comportaba. Sin darse cuenta, que sacrificó su libertad personal, para vivir según el punto de vista de otro. Se traicionó a si mismo, y se limitó durante toda su vida, por creerse algo que alguien le contó y que en su momento le convenció.

¿En qué te sacrificas tú?

¿En qué te has traicionado? 

Es cierto, que quizás esta creencia, pueda parecer tremendamente exagerada y poco creíble, para muchos. Pero cuando tenemos la necesidad de creer en algo, porque no creemos lo suficiente en nosotros mismo, somos capaces de comprar lo que sea.

Durante nuestra niñez, somos muy vulnerables a este hecho. Aprendemos del mundo, creyéndonos las historias que nos cuentan los adultos. Ya que estos son los que conocen el mundo. Sin embargo, cualquier día puede ser un buen día, para revisar viejas creencias y mejorarlas. Y fíjate que digo revisar y mejorar, y no eliminar y cambiar. Ya que si hiciste tuya, alguna creencia limitante, es porque te aportaba algo o te beneficiaba en algo. Por esa razón, no es necesario destruirla del todo. Lo que sí sería bueno, es quedarte con lo que te guste de ella, para desechar lo que no.

Cuestiónate todo aquello que no te deja ser tú. Todo aquello que te limita y te bloquea hoy. Aprende a dudar, para reaprender lo que te queda por asimilar. ¡DUDA!, replantéate lo que siempre has creído, para que aprendas a creer, quién puedes llegar a ser. 

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