«Un día, un sediento león se acercó a un lago de aguas transparentes, y al asomarse para beber, vio por primera vez, su imagen reflejada. Asustado pensó: “Este lago es territorio de este fiero león, ¡tengo que marcharme!”.
Pero el animal tenía mucho sed, así que al cabo de unas horas, decidió volver. Se aproximó sigilosamente, y justo cuando acercó su cuello para beber, ahí estaba de nuevo su rival.” ¡No sé lo podía creer. Qué veloz y atento, era ese maldito animal!.
¿Qué podía hacer?. La sed lo estaba matando y esa era la única fuente de agua, en kilómetros a la redonda. Desesperado se le ocurrió rodear el lago por un recodo oscuro. Cuando llegó al lugar, se arrastró hasta el agua y…¡Pam!. Las mismas fauces frente a él. Estaba hundido, jamás se había encontrado con alguien tan territorial.
Pero el león tenía tanta sed que decidió jugársela. Se armó de coraje, corrió hasta llegar a la orilla, y sin pensarlo, metió la cabeza en el agua. Entonces fue cómo cuentan los ancianos pigmeos, ¡Se hizo la magia!, su feroz rival había desaparecido para siempre».
¿Y si como al león, tu miedo también te tuviese miedo?
¿Y si es a ti, a quién temes?
¿A tu potencial, a tus capacidades a tu excelencia?
Porque la historia del león, a pesar de lo que cuenten los ancianos pigmeos, no acabó exactamente, allí, en ese lago. Hubieron más lagos y más rivales disfrazados de sí mismo.
La siguiente experiencia al lago, fue por unas huellas. Aparentemente, parecían de un gran y fiero enemigo que lo seguía sin ser visto. Se lo imaginaba inmenso. Estos pensamientos, provocaban en el león, un temor incontrolable a explorar el territorio. No quería problemas, sólo un sitio tranquilo, en el que quedarse. Un buen día y de casualidad, se percató de que esas huellas, eran las suyas y que nadie lo perseguía. Cayó en la cuenta, de que nuevamente era de él, de quién huía.
Superado lo de las huellas, también tuvo que enfrentarse a sus sombras. Hasta entender que desde la oscuridad, era desde dónde mejor se percibía la luz. Fueron muchas las experiencias a las que tuvo que enfrentarse. Hasta comprender que era él, el único que creaba rivales, dejaba huellas y pintaba sombras.
¿Y tú qué creas?