La música está en todo y en todo hay música. Hasta el silencio dispone de su propio sonido. Así mismo, el ruido también tiene una melodía. El viento silva, el fuego chispea y la gota cala al son de la gravedad.
La música es ese lenguaje universal, que sin necesidad de entenderlo, todos sentimos. No hace falta tener conocimientos a cerca de ella para poder disfrutarla. El arte del buen sonido, se siente fuera de la mente. Para escucharla, no se piensa y cuando se piensa, se deja de escuchar.
«La música es un mundo dentro de sí mismo. Es un lenguaje que todos entendemos.»
(Stevie Wonder)
Todo tiene un sonido o emite un sonido característico. Por tanto, tú también eres música. Porque cantas las palabras y bailas lo que sientes. Con ciertas canciones despiertas, con otras en cambio, te adormeces. No puedes mostrarte indiferente. La música siempre provoca una reacción en ti. Tienes un ritmo. Emites a un volumen particular. Eliges una frecuencia determinada. Haces temblar a los demás con tu propia vibración, mientras que tú tiemblas con la de otros. Ya que todo es música y todo hace música.
Así es que el concierto de la vida nunca termina. Retumba por todas partes. Las orquestas y los grupos representan diferentes piezas musicales. Aunque a pesar de parecer melodías independientes, todas son partes de la misma melodía. La melodía de la vida. Juntos la componemos, y separados sólo la oímos a lo lejos.
Imagina que fueses un instrumento musical.
¿Cuál serías?
Cada uno de nosotros, somos los diferentes instrumentos de la más grande de las orquestas. La que se encarga de representar la melodía más importante de todas. Cada uno toca y colabora con su parte. A veces hacemos ruido. Otras veces, inventamos sonidos. E incluso también aportamos, con el más sepulcral de nuestros silencios.
«El que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla.»
(Robert Browing)
Imagina ahora, que la Vida quiere sacarte a bailar.
¿Escuchas la canción?
Piensa en ella. Puedes cerrar los ojos para sentirla bien. Respira su melodía. Disfruta pausadamente de sus notas. Siente como te envuelve su sonido. Vuelve a respirarla. Su ritmo ya está dentro de ti, fundiéndose con tu propio ritmo. Juntos creáis una armoniosa composición. Un concierto único, con la vibración perfecta.
De repente, la frecuencia crece y tu corazón comienza a latir al ritmo de la música. Ahora te sientes más vivo que nunca. Tu cuerpo no puede contenerse, así es que comienza a danzar. Tus pies son los primeros en dar en dar el primer paso. La siguiente en bailar es tu cabeza, que se contonea como si quisiera desprenderse de tu propio cuerpo. Mientras tanto, tú sonríes.
Ahora son tus brazos y tus manos, los que se mueven marcando las bases de la canción. Poco a poco, el resto de tu cuerpo se va contagiando. Hasta que absolutamente, todas tus partes, consiguen vibrar al unísono. Sintiendo así, como la música te acaricia el alma.
Entonces, trasciendes de tu cuerpo. Convirtiéndote en la canción. Desconoces si tú eres la melodía, o si la melodía eres tú. Ya no eres cuerpo, ni mente, ni si quiera materia. Eres espacio vacío y el silencio que rellena ese espacio. Eres energía que vibra. Energía que sientes y que se siente. Eres la voluntad transformada en sonido. Sintiéndote poderoso, amado y en equilibrio.
Eres la Intención haciendo de las suyas. Construyendo propósitos ajenos a ti, aunque emanen de ti. La Fuente de las pequeñas partículas. El Átomo. Eres quién danza por la vida al ritmo de su canción. Eres tú, y también soy Yo.
¿Bailamos?
«Si hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo.»
(Lao Tse)
Porque tú también eres música.